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domingo, 3 de marzo de 2019

La vuelta de Guaidó pone en vilo a Venezuela

Hace una semana que la sensación en Venezuela es que, de nuevo, todo da vueltas sobre sí mismo. Un impasse que con toda probabilidad saltará por los aires con el regreso de Juan Guaidó al país en las próximas horas. 

El presidente de la Asamblea Nacional anunció el sábado por la noche su intención de volver a Venezuela, sin aclarar cuándo, y este domingo convocó una concentración en todo el país para mañana, lunes, día festivo por carnaval, sin concretar tampoco el momento exacto de su ingreso. La oposición confía en que Guaidó reactive así el entusiasmo de sus seguidores, aunque las consecuencias de esa decisión son aún una incógnita.

Guaidó salió del país el pasado 22 de febrero. Sus movimientos, decididos sobre la marcha y comunicados con cuentagotas, le llevaron a Colombia para liderar el intento frustrado de introducir material médico y suplementos nutricionales a través de la frontera. De allí se fue a Brasil, Paraguay, Argentina y Ecuador, entrevistándose con los presidentes de estos países de la región que son los que más le han apoyado y para buscar un contrapeso al protagonismo de la Administración de Donald Trump en la crisis, según se desprende de las conversaciones con una decena de fuentes, entre diputados próximos a Guaidó, asesores, líderes políticos de la oposición y el entorno del chavismo, consultados para esta crónica. Una estrategia no exenta de riesgos, ya que Guaidó salió de Venezuela a pesar de tenerlo expresamente prohibido por el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), controlado por el oficialismo.
Maduro y los principales dirigentes chavistas han sugerido en los últimos días que el líder opositor debe enfrentarse a la justicia. Nadie ha pedido abiertamente su detención y fuentes del alto mando chavista aseguraban esta semana que la intención es “evitar caer en provocaciones”. Con toda probabilidad, el sucesor de Hugo Chávez tomará la decisión final en el último momento tras consultar con un pequeño grupo de colaboradores.
Entre las opciones que se barajan cabe la posibilidad de que las autoridades migratorias le impidan la entrada a Venezuela y, en un intento de ningunearlo, el Gobierno le condene a una especie de destierro a la espera de que el proceso que puso en marcha se enfríe. El aparato chavista puede, además, detenerlo, puesto que técnicamente es un fugitivo. Esta hipótesis remite al caso de Leopoldo López, principal valedor de Guaidó y líder de su partido, Voluntad Popular, detenido en 2014. Y tendría repercusiones internas y externas imprevisibles, que van del estallido de un nuevo ciclo de protestas al endurecimiento del cerco diplomático o una reacción más contundente de Washington, que nunca ha dejado de agitar el fantasma de una intervención militar.
Si finalmente logra entrar estará obligado a retomar la iniciativa, a mover ficha. Es decir, después de un regreso al que su equipo tratará de dar unos tintes épicos no puede permitirse otro fallo. Ni tampoco regresar al escenario previo al 23 de febrero, cuando se reunía con distintas instituciones y presentaba sus planes. De alguna manera, el reto de Guaidó pasa por lograr hechos concretos que logren avanzar en una salida a la crisis y mantener vivar la esperanza de los amplios sectores de la sociedad que se entregaron a su causa.
El desafío del presidente de la Asamblea Nacional para desalojar a Nicolás Maduro tuvo un impulso inicial que hizo pensar en un giro inminente. Sin embargo, casi un mes y medio después de que el joven político venezolano se declarara presidente interino, ha amainado la intensidad de la confrontación y en las filas opositoras cunden los temores de que este proceso acabe en la enésima falsa alarma. “Impasse” es una de las palabras que más acompañan la conversación sobre la situación de Venezuela, junto a “bloqueo”, “estancamiento” o incluso “retroceso”. Depende del optimismo de los interlocutores.
El error de cálculo más evidente se remonta al 23 de febrero. El intento de llevar ayudas a los venezolanos más vulnerables se convirtió en un instrumento político para debilitar al chavismo. Pese a tener la partida casi ganada (algunos cargamentos ya se encontraban en territorio venezolano) se generaron unas expectativas demasiado altas y se subestimó al chavismo. La mayor parte de la oposición estaba convencida de que el costo de un escenario violento pesaría sobre ellos. Más aún cuando Diosdado Cabello, la víspera, sugirió que estaban dispuestos a dejar entrar la ayuda. “Quien quiera comer comida disecada es su problema”, vino a decir.
EL PAIS

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