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Escenas de pánico se vivieron a partir de las 17.00, hora local, cuando los manifestantes caminaban hacia la Universidad Centroamericana (UCA), donde la manifestación terminaría con un evento cultural. A esa hora comenzaron a estallar disparos desde el Estado Nacional localizado a unos metros de distancia.
Los testigos informaron que varias personas comenzaron a caer heridas sobre el pavimento. Grupos de paramédicos y ambulancias se movilizaron hacia la zona, aunque algunos heridos tuvieron que ser trasladados en motocicletas a varios hospitales de la capital. Las autoridades de la UCA abrieron el campus para que la gente pudiera refugiarse en su interior. También hubo ataques al canal 100% Noticias, que en abril fue censurado por Ortega, y a la Radio Ya, afín al Gobierno.
La violencia se desató minutos después de que el presidente, Daniel Ortega, diera un discurso en una marcha que había sido convocada por el Gobierno en otro punto de la ciudad, con la que el mandatario pretendía demostrar la estabilidad del Ejecutivo. Ortega reaccionó a las críticas hechas por la cúpula empresarial, que exigió la noche del martes un cambio de Gobierno y el cese de la represión. “Nicaragua no es propiedad privada de nadie”, dijo Ortega. “Nicaragua nos pertenece a todos y aquí nos quedamos todos”, afirmó el mandatario, en clara referencia a la exigencia de que deje el poder. De esta manera, Ortega –asediado desde hace 43 días por una insurrección popular que exige el fin del régimen– se enrosca en la violencia para mantenerse en la Presidencia.
La manifestación de las madres había comenzado a las 14.00 (hora local) en la céntrica rotonda Jean Paul Genie de la capital. Allí se vivía un ambiente de fiesta, a pesar del dolor. El cantautor Carlos Mejía Godoy inauguró el evento con su célebre “Ay, Nicaragua, Nicaragüita”, que la gente coreó como si se tratara del himno de este país. Las madres de las víctimas de la represión portaban las imágenes de sus hijos asesinados en los días más cruentos de la violencia, en abril, cuando comenzaron las manifestaciones contra una reforma a la Seguridad Social impuesta por Ortega.
Portando además cruces, listones negros y ramos de flores, estas mujeres comenzaron a marchar exigiendo justicia para sus hijos y la salida de Ortega. “Nos duele estar aquí, con todas estas madres compartiendo este dolor. No es justo lo que hizo Ortega a estos muchachos, principalmente a mi hijo”, dijo a EL PAÍS Jessica Rivas, madre de uno de los jóvenes asesinados, Jesner, de apenas 16 años. “Después de todo esto que hizo exigimos que se vaya de Nicaragua, que aquí no lo queremos. Si aquí hubiera pena de muerte eso pidiéramos para él. Lo que queremos ahora es ayuda internacional para encontrar justicia, porque aquí en Nicaragua no se respetan las leyes”, dijo Rivas.
La manifestación ocupó 3,9 kilómetros de la céntrica Carretera a Masaya, punto neurálgico de la economía de la capital. Centenares de miles marcharon de forma pacífica, decían consignas contra el Gobierno y en apoyo a los estudiantes, que son los principales protagonistas de esta rebelión ciudadana, que acumula ya más de 80 muertos. Entre ellos estaba el escritor y exvicepresidente Sergio Ramírez, para quien la manifestación era “una demostración de fe en el futuro”. Ramírez afirmó a este diario que “en Nicaragua, a pesar de la tragedia que hemos vivido y los crímenes masivos que se han cometido, el pueblo tiene fe en que la paz vendrá y la única manera de que venga la paz es la democracia”.
Una hora después, sin embargo, la manifestación era reventada con violencia. Ya lo había advertido el escritor mientras marchaba: “Ortega tiene que convencerse de que cualquiera que sean los mecanismo que se acuerden, esta solución (su salida) tiene que darse a corto plazo, si no el conflicto va a seguir, el riesgo de enfrentamientos, de más muertes. Hay que hacer un llamado a su propia conciencia de que tiene que apartarse él y su esposa para que el país pueda encontrar un cauce democrático”. El mandatario, sin embargo, se aferra a la violencia. Al atacar una manifestación que lloraba a decenas de muertos, que son vistos ya como héroes en Nicaragua, Ortega mostró el miércoles su rostro más brutal.
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